y es cálida la tierra en su mezcla rojiza de mineral.
Por un momento la sombra de la cruz se alarga
y su amplitud abarca el horizonte,
Hay algo aquí que atrae la inocencia.
Hago fotos y sonrío por la belleza
a pesar del deterioro,
son muros blancos lidiando con la gravedad
y sin embargo, intactas, sus flores de plástico
festejan una fe que ha quedado a la deriva.
Sonrío por el descanso en el camino
por los cerros monótonos de aridez
que cobran vida en este caserío
donde un instante es indicio para lo eterno.
Y sonrío por su puerta abierta, la reja de madera
y un árbol como pintura de niño con su sol,
siempre el sol en lo alto ceremoniando
para nosotros dueño y testigo de un altar.
Dejo que el silencio se apodere del paisaje
y sacuda los fantasmas ahora que todo es viento suave
y nada más importa: jugar a que son flores
las tres hojas verdes de la cactácea,
o imaginar en la maleza el camino ornamentado
a la entrada de la iglesia.
Y entonces, voy segura de las huellas de este día
de lo inútil que será el tiempo,
las pupilas o todas o ninguna lluvia futura
o el desierto para derrumbar el adobe y la esperanza.
Aquí en lo real de una promesa
aquí solos ante una figura Del Carmen
los ojos son vulnerables como esta construcción desnuda
y no caben las corazas para mi corazón derribado.
Y sí, por un momento podemos oír la brevedad
de dos palabras imponiéndose como un templo
en un lugar de nombre Cachiyuyo
un lugar más acá del norte y del sur,
un centro que nos conecta,
atemporal y feliz.
.
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