Descreo de marzo y su otoño de sur rojizo
que ya se perfila ramaje desnudo
de un eco adánico
a punto de rasgarse como adiós en mi garganta.
Tampoco quiero marzo, porque ya no huele a verso
ni a hombres
ni a voz entonada a medida de la tierra y de las hembras.
Es como una mesa puesta bajo la parra,
un plato enfriándose para siempre
a la sombra de un último febrero,
de un ombú oscurecido en el lugar vacío de un poema
y que ahora se alimenta apenas de silencios
en un mes tullido de sudores y sequías.
No quiero este marzo, porque no me dice de él
y sus abrazos al otro lado del atlántico,
porque no refrescan las tardes con la contraseña
de poetas del viento capaces de desmoronarme
mujer, muralla inútil
y rehacerme arquitectura en sus palabras.
No existen marzos que pueblen ya de higos
las guerras de los nombres,
ni habrán evas acurrucadas para besar aquellas bocas
de besos claros y cepa dulce,
ni bastarán los sueños o el retraso en las vendimias,
porque ha perdido la fe a uno de los suyos,
ha perdido este mes la copa infinita
del amor pronunciado a sangre y vino,
has perdido tú y yo, y todos, una razón para marzo
y los meses que le siguen.
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