Un vago temblor puede presentirme
y mi nombre pende como hoja medio seca
en este invierno
de semblante alargado por la lluvia,
de calles apuradas, grises
como las arboledas
y sus aromas
colgando
también desprevenidas.
Son tan infinitas mis calles
sin ecos
que no concluyen
sus vigores
en los silencios
que se afanan
por andarte
sueño imposible ni ave migratoria.
Puede ser que el miedo tenga aroma,
una poza que obligue a mi rostro
caer desde el quejido en una rama
y sea el vaivén terrible
de este viento
que levante su voz
en el poema.
Por eso,
no quieras saber a dónde voy
ni preguntarme cómo me llamo,
desconocida
ésta que dibujas
por el destierro de tu boca
tal vez
sea que voy de paso
o que no sé reconocer tu tierra sobre la mía,
pero no sabría cómo oír
cuando conjugas el verbo eres
y responder
que sí... todavía soy yo.
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