12 de julio de 2010

Destino de los hierros




Un vaso de café comulgan las manos
y un silencio en la estación
vierte el frío de viejo transeúnte,
allí nos derrama la tristeza
su ardor de alma vagabunda.

En torno, las direcciones son ruidosas,
aceleran la inmigrancia
de idioma y bultos
- que son oscuros como los ojos -
para no estorbar.

La noche oculta abrazos,
el billete traducido en un sollozo,
y las espaldas son maletas
cargando una nueva despedida.

Viajantes
con el sueño que prospera destino de los hierros.
Cuando una turba de humo se aproxima
el aroma del café hierve y se mezcla,
el adiós sopla como un vapor
y nos bebemos
el último recuerdo.





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