Las cosas siguen íntimas su curso
como el gentío de Santiago cuando casi son las siete.
El metro hierve en esta ciudad que se desvela
desbordada a pleno frío.
No es fácil dar con la salida
entre los humos del maní recién tostado,
del smog y los choripanes a cuadras de La Moneda.
La noche ha comenzado su mudanza,
aunque siguen ahí
los que nunca se detienen:
el sin pies a mitad de la escalera,
que no pide a Dios por su dolor ulcerado,
la de las pirinolas luminosas
que gira sus productos al son carismático
de los que saltan
mientras corean salvaciones
a los apurados del Paseo Ahumada.
Ahí el que vocifera un sermón de plástico,
el que oye tocado por el anonimato,
el señor de la chicharra y gorrito de papá noel en pleno mayo,
la de los cd piratas y su saco a punto de la huida
y todos los que se desvanecen como la muchedumbre
y las palabras,
mis palabras que buscan resumirte
el más allá de tantos y tantos bullicios.
Pero me pregunto para qué
y qué si siguen ahí mis azules migratorios
y las campanas
y la gota suspensa en estos rostros
que me observan pasar como ellos
sin detenerme también,
como buscando algo,
como no queriendo decir que sí tienes que ver
con la neblina y la lágrima
con esa sed
y con todo lo que no sabes,
por ejemplo: que transito estas calles
como buscando una voz - la tuya - que se abra paso
y sea tibio rumor en el barullo
y me lleve hasta tus ojos que parecen invierno
cuando son pausa
y son la lluvia
en que sueño quedarme.
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